Seguridad Nacional y Política Internacional

Preservar la relación entre Estados Unidos y México

Por Dan Restrepo, Michael Werz y Joel Martínez | Publicado el 17 de Abril de 2017
(AP/Danny Johnston)
Las banderas mexicanas y estadounidenses son llevadas en el Capitolio estatal en Little Rock, Ark., lunes 10 de abril de 2006, por manifestantes en un mitin organizado por la Coalition for Comprehensive Immigration Reform de Arkansas.

Estados Unidos y México comparten una frontera de 3200 kilómetros. Además, tienen una historia de profundos matices y grandes complejidades que se ha caracterizado por los altibajos, por el belicismo y la cooperación, por la competencia y la colaboración, por el movimiento trasfronterizo – de sur a norte y de norte a sur – de millones de personas en busca de un futuro mejor, y por lo que comenzó a cuentagotas y hoy es un intense flujo de más de 1500 millones de dólares de bienes y servicios que cruzan la frontera todos los días.

El nuevo gobierno estadounidense, que está pasando de la retórica a la realidad y de las declaraciones de campaña a las acciones de gobierno, ha heredado una relación entre Estados Unidos y México que está, tal vez, en mejor forma que nunca, pero que también se encuentra amenazada por los reiterados ataques del presidente Donald Trump a México y a los mexicanos. Ese vilipendio, de convertirse en la política oficial estadounidense, dañará a Estados Unidos – internamente, en todo el continente americano y a nivel mundial – debido a las profundas transformaciones que han ocurrido en México durante los últimos 30 años y afectará la propia relación bilateral.

Por ejemplo, la relación económica actual entre ambos países dista mucho de ser lo que era hace menos de 25 años. Las exportaciones estadounidenses a México se dispararon de 41 000 millones de dólares en 1993 a más de 240 000 millones en 2014, un incremento del 478%. En esos mismos años, las importaciones provenientes de México se elevaron de 39 900 millones de dólares a 294 200 millones, un incremento del 637%.

Después de China y Canadá, México es el país con el que Estados Unidos realiza más intercambios comerciales, aunque su relación es cualitativamente diferente. Las cadenas de suministro complejas a través de la frontera se han vuelto la norma en cada vez un mayor número de sectores. Más del 40% del valor agregado en las exportaciones de México a Estados Unidos es de origen estadounidense, lo que contrasta con el 24% de las exportaciones canadienses a Estados Unidos – en segundo lugar, por orden de importancia – y con las exportaciones que recibe desde China, de menos del 4%. México es el segundo mercado de exportación más importante de Estados Unidos y su tercer principal proveedor de importaciones. En 2015, el comercio total representó 531 100 millones de dólares.

Asimismo, en 2015, la mayor parte de los viajeros de negocios y turistas que visitaron Estados Unidos fueron mexicanos: alrededor de 27% del total o 20.4 millones de personas. En segundo lugar estuvieron los canadienses, con 13.4 millones de visitantes. México aporta más visitas que el Reino Unido, Japón, Alemania, Brasil, China y Francia juntos, con lo que tiene la mayor participación en la industria del turismo, la cual representa 1.1 millones de empleos, y salarios por 28 400 millones de dólares en Estados Unidos.

Durante los últimos 30 años, la migración entre Estados Unidos y México también ha sufrido un cambio profundo. Aunque en las décadas de 1990 y 2000 se registró una migración sin precedentes de México a Estados Unidos, la migración neta ha sido negativa desde 2009. Al mismo tiempo, el número de estadounidenses que viven en México no ha dejado de incrementarse y ahora supera el millón de personas, por lo que constituye la mayor comunidad de expatriados estadounidenses en el mundo. De hecho, no llegan a veinte las ciudades estadounidenses con mayor cantidad de habitantes que los 700 000 estadounidenses que viven actualmente en la Ciudad de México.

Este periodo de transformación también ha sido testigo de una evolución notable en la cooperación entre Estados Unidos y México en materia de seguridad, una evolución que evidentemente ha beneficiado a los intereses nacionales del vecino del norte. Durante gran parte de las décadas de 1980 y 1990, las autoridades policiales y judiciales de Estados Unidos y México se veían con sospecha y pocas veces cooperaban. La Iniciativa Mérida, formulada por los expresidentes George W. Bush y Felipe Calderón, inició una nueva era de cooperación en seguridad que se fortaleció durante los 8 años de presidencia de Barack Obama.

Durante los últimos 30 años, México también ha cobrado preponderancia en el escenario mundial al servir como puente entre economías desarrolladas y en desarrollo, lo cual ha contribuido al avance de Estados Unidos y a la alineación de los intereses hemisféricos en torno a temas tan variados como la política financiera y económica internacional, el cambio climático y las Operaciones para el Mantenimiento de la Paz (OMP) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En pocas palabras, la relación entre ambos países dista mucho de ser la caricatura simplista que predomina entre la opinión pública cuando se menciona a México en Estados Unidos.

Ahora que la relación está en una encrucijada crítica debido al cambio de gobierno en Washington, y por las próximas elecciones presidenciales de México en 2018, resulta esencial que los formuladores de las políticas públicas estadounidenses vean más allá de la caricatura. Para lograrlo, el gobierno de Trump debe impulsar una agenda que promueva los intereses de Estados Unidos con medidas como abatir con México la migración; construir juntos infraestructura fronteriza productiva, no muros, y acoger las aspiraciones internacionales de México.

Pero el dinamismo y la complejidad de la relación entre ambos países significa que para conservarla y fortalecerla deberían intervenir ostros actores, además del nuevo gobierno estadounidense. Los vínculos con México son tan vitales y tocan tantos aspectos de la vida diaria en ambos países que no se les puede dejar solamente en manos del poder ejecutivo de Estados Unidos. Más bien, en esta coyuntura crítica, el Congreso estadounidense y los funcionarios estatales y locales elegidos, así como diversos actores de la sociedad civil, necesitan colaborar con sus colegas mexicanos, sobre todo fuera además de las capitales nacionales; fomentar un mayor entendimiento entre los jóvenes estadounidenses y mexicanos, y vincularse con la sociedad civil para mejorar la transparencia, la rendición de cuentas y el Estado de derecho en México.

Los próximos meses determinarán si se mantendrá la tendencia fundamental de la relación entre Estados Unidos y México hacia una mayor cooperación y beneficios para sus ciudadanos, o si el nativismo y nacionalismo abrirán una brecha entre ambos países. Si se siguen las recomendaciones expuestas a continuación, la relación podría mantener una trayectoria constructiva para beneficio de cientos de millones de personas en Estados Unidos, México y otras latitudes.

Recomendaciones para el nuevo gobierno

Para no echar por tierra décadas de avance, es esencial que el nuevo gobierno de Estados Unidos se percate inmediatamente de cuáles son las verdaderas dinámicas de la relación entre ambos países y adopte una agenda basada en la cooperación y el reconocimiento de que los lazos entre sus pueblos son la médula de la relación bilateral más significativa del mundo para Estados Unidos.

Con el fin de evitar una fractura de este importante vínculo, el gobierno de Trump, primero que nada, debe reconocer que México y los mexicanos no pueden ser vilipendiados ni convertidos en chivos expiatorios por los fracasos generales de política pública que han dejado a muchos trabajadores estadounidenses expuestos a los efectos negativos de la globalización y a automatización. Tal escenario es una completa equivocación. En lugar de eso, Estados Unidos necesita profundizar su relación con México. Hacerlo representaría un avance para los intereses de Washington en todos los frentes.

Abatir juntos las migración

La manera más segura de llevar a pique la relación bilateral positiva entre ambos países seria declararle la guerra a los 5.8 millones de mexicanos que viven en Estados Unidos sin autorización, muchos de los cuales son elementos productivos de la sociedad estadounidense y lo han sido por más de 20 años. No es razonable esperar que un país mantenga una buena relación de trabajo en muy diversos temas con otro país que se ha propuesto aplicar una política de deportación masiva de sus ciudadanos; sería políticamente inmaduro pensar que México actuaria de modo diferente. Por lo tanto, es fundamental que Estados Unidos aborde los problemas migratorios con México de una manera responsable y considerada.

Estados Unidos y México comparten una larga y compleja historia de migración y de esfuerzos para coordinar políticas y acciones migratorias. Desde principios del siglo XX, tres fases destacan en los patrones migratorios entre Estados Unidos y México: poca migración antes de la Segunda Guerra Mundial, flujos migratorios de mano de obra promovidos por ambos países después de la Segunda Guerra Mundial y migración no autorizada hacia Estados Unidos después de 1965 y hasta hace 8 años. Las principales respuestas de política migratoria de Estados Unidos han sido el Programa Bracero, entre 1942 y 1964, y el programa de legalización de la Ley de Reforma y Control de la Inmigración (IRCA) de 1986, así como un mejoramiento significativo de la infraestructura y el personal de seguridad en la frontera desde principios de la década de 1990.

La medida migratoria más importante que el gobierno de Trump podría tomar para beneficio de Estados Unidos, México y la relación entre ambos sería llevar el sistema migratorio estadounidense al siglo XXI mediante una reforma inmigratoria profunda. Aunque tal reforma parece muy improbable debido a la hostilidad que mostró el presidente Trump hacia los migrantes mexicanos durante su campaña, Estados Unidos y México enfrentan problemas relativos a la migración que no esperarán a que se promulgue una reforma ni mucho menos a que se lleve a cabo.

El problema más importante es el paso a Estados Unidos de refugiados y migrantes de ostros países a través de México. A partir de 2009, la migración neta de México a Estados Unidos ha sido negativa, es decir, más mexicanos han regresado a su país o han sido deportados desde Estados Unidos de los que han llegado. Esta realidad contrasta con los 20 años anteriores, cuando se dio un flujo considerable de mexicanos hacia el país del norte. Las razones de este giro en el patrón migratorio son diversas, desde cambios demográficos en México por el rápido envejecimiento de su población, hasta un mayor número de deportaciones de Estados Unidos.

A pesar de esta nueva dinámica migratoria, México sigue siendo el socio fundamental en los temas migratorios. Durante el año fiscal 2014, la cantidad de migrantes no autorizados no mexicanos, provenientes particularmente de Asia y Centroamérica, tuvo un incremento de 325 000 personas, de 5 millones de personas en 2009 a más de 5.3 millones en 2014. La mayoría cruzaron ilegalmente por la frontera sur.

En particular, la migración desde Centroamérica estuvo encabezada por familias y menores no acompañados que huían de la violencia creciente en los países del Triángulo Norte de Centroamérica (El Salvador, Guatemala y Honduras). En 2015, cuando México no se dio abasto para atender las solicitudes legítimas de asilo de centroamericanos, regresó a su país de origen a unos 176 726 centroamericanos que habían ingresado sin permiso a su territorio y absorbió a alrededor de 50 000. No será posible sostener mucho tiempo más las deportaciones ni la asimilación, y deben atenderse colaborativamente para subsanar las causas que detonan la migración desde esos países y preservar los derechos de quienes buscan asilo, para mejorar la capacidad de México en la detección y atención de los refugiados genuinos, y para no lesionar los derechos jurídicos de las personas en Estados Unidos o en otras partes.

Además de los centroamericanos que quieren pasar a Estados Unidos a través de México, otros inmigrantes de le región, principalmente haitianos y cubanos, también utilizan la frontera del río Bravo como punto de entrada. Desde octubre de 2015, más de 5000 haitianos sin visa han intentado cruzar por la garita de San Ysidro hacia San Diego. Por su parte, en 2015, la mayoría de los cubanos que ingresaron a Estados Unidos de manera irregular – 28 371 – lo hicieron desde México, por el sector de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos en Laredo, Texas. Tanto los haitianos como los cubanos se embarcan en un viaje arduo y peligroso cuya primera parada suele ser un país sudamericano – principalmente Brasil, en el caso de los haitianos, y Ecuador en el de los cubanos –, antes de aventurarse por tierra a través de Centroamérica y México. Estos flujos han sido Fuente de fricciones crecientes en y entre los países que componen su recorrido hacia el norte.

Dado el flujo constante de refugiados centroamericanos y los problemas que plantean la migración haitiana y la cubana, es urgente mejorar la cooperación bilateral en cuestiones de migración, una cooperación que sirva a los intereses tanto de Estados Unidos como de México de manera fiel a los valores y principios compartidos. Por supuesto, la cooperación necesaria para encarar un reto de tal magnitud difícilmente se dará si el gobierno de Trump no acepta la realidad y abandona de tajo el tono y el fondo de los señalamientos hechos hasta ahora respecto a lo política sobre la frontera y la inmigración. Es muy improbable que México coopere ante la amenaza de la deportación masiva de sus ciudadanos y la construcción de un muro similar al de Berlín en su frontera.

Con eso en mente, el nuevo gobierno debería promulgar junto con el Congreso una reforma inmigratoria con sentido común que brindara a la población no autorizada una vía para nacionalizare, diera prioridad a la reunificación familiar y creara un sistema laboral racional que, entre otras cosas, alinear la necesidad de trabajadores en Estados Unidos con la disponibilidad de visas legales para ellos. Además, debería asociarse con México, cuya participación es crucial, para poner en marcha una iniciativa diplomática de colaboración continental que entendiera el problema de los flujos migratorios cada vez más insostenibles. Entre otras acciones, tal esfuerzo debería concentrarse en poner fin a las políticas de tránsito sin visa en distintos países sudamericanos que se han vuelto eslabones en una cadena migratoria que presiona cada vez más a México y a los países centroamericanos. De igual forma, debería colaborar con la ONU. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados proporcionaría apoyo a México conforme mejorara su capacidad de brindar control y protección a los refugiados que llegaran a México, sobre todo los provenientes del Triángulo Norte. Por último, debería colaborar con México para ayudarle a atender las causas de fondo de la migración centroamericana, en especial la proveniente de los países del Triángulo Norte, que es producto de la violencia criminal y la falta de desarrollo económico sostenible.

Infraestructura y no muros en la frontera

Mantener una relación positiva de cooperación con México también requerirá que el nuevo gobierno estadounidense se ocupe de la infraestructura fronteriza, pero no como lo hizo el equipo de Trump durante la campaña presidencial, concentrado exclusivamente en el concepto erróneo e insultante de construir un “hermoso muro grande y grueso” entre Estados Unidos y México. La construcción de un muro así no solo sería un desastre presupuestal y ambiental, sino una ofensa a nuestros valores medulares como estadounidenses, además de que causaría más inseguridad en Estados Unidos al socavar la cooperación vital de México (por principio de cuentas, en seguridad y migración). México no es una amenaza para Estados Unidos, sino que es un aliado fundamental para la seguridad nacional. Insistir en un muro fronterizo cambiaría esa dinámica.

Desde principios de la década de 1990, el tráfico legitimo a través de la frontera entre Estados Unidos y México se ha incrementado sustancialmente. En la actualidad, todos los días cruzan la frontera entre ambos países mercancías comerciadas bilateralmente con valor de 1500 millones de dólares, así como alrededor de un millón de personas autorizadas. Dada la magnitud del tráfico trasfronterizo diario a lo largo de la frontera, vos vecinos que llevan un estilo de vida binacional y cruzan la frontera para trabajar o estudiar, hacer sus compras, divertirse, recibir tratamiento médico y visitar a familiares y amigos, tienen que esperar mucho tiempo en ambas direcciones. Es muy común que esperen más de una hora para cruzar a pocos kilómetros de la frontera, y la causa es casi siempre la falta de infraestructura, de tecnología y de personal.

Los tiempos de espera son síntoma de problemas más profundos. La infraestructura insuficiente merma la competitividad internacional de los productos que Estados Unidos y México fabrican juntos; también, dificulta erradicar las actividades ilícitas en la frontera al aglutinar bienes y viajeros legítimos con los que buscan ingresar sin permiso a Estados Unidos o introducir mercancía ilícita.

En años recientes, la infraestructura fronteriza ha mejorado un poco. Por ejemplo, el punto de entrada de San Ysidro, la garita con mayor actividad en el hemisferio occidental, está en obras de ampliación con un proyecto que tardará varios años y tendrá un costo de 741 millones dólares. En diciembre de 2015, San Diego y Tijuana inauguraron un puente peatonal, financiado por la iniciativa privada, que conecta a los pasajeros estadounidenses con el Aeropuerto Internacional General Abelardo L. Rodriguez de Tijuana. Y en 2016, Estados Unidos y México inauguraron el primer nuevo puente férreo entre ambos países en 100 años, en el Puerto de ingreso de Brownsville-Matamoros.

La coordinación de los proyectos fronterizo de infraestructura también ha mejorado gracias al Comité Ejecutivo Bilateral (CEB) de la Iniciativa para la Administración de la Frontera en el Siglo XXI, el principal foro donde los formuladores de políticas públicas estadounidenses de más alto nivel se reúnen son sus colegas mexicanos y trazan estrategias para coordinar la agilización y la seguridad en la frontera. Es indispensable que la coordinación de los programas de infraestructura fronteriza abarque no solo la colaboración entre el gobierno federal de Estados Unidos y México, sino también entre los gobiernos estatales y locales, la comunidad de empresarios y los particulares, que son a final de cuentas los usuarios de la infraestructura fronteriza.

La construcción de infraestructura fronteriza en el siglo XXI también requiere una inversión adecuada de los actores económicos federales, estatales y privados en ambos lados de la frontera. Además de incorporar expresamente los proyectos de infraestructura fronteriza a cualquier iniciativa de infraestructura nacional, hay por lo menos otro posible mecanismo de fondeo –un Banco de Desarrollo de América del Norte (BDAN) reformado– para aprovechar los recursos no solo de Estados Unidos, sino también de México y tal vez de Canadá. Cuando fue fundado en 1994, el BDAN se dedicaba originalmente a proyectos para el tratamiento de aguas residuales a lo largo de la frontera, pero ahora también brinda apoyos para la infraestructura ambiental y la infraestructura para el transporte y el desarrollo económico sostenible.

Debido a que el mejoramiento de la infraestructura fronteriza contribuirá enormemente a garantizar que la relación entre Estados Unidos y México siga siendo positive, constructiva y beneficiosa para cientos de millones de personas a ambos lados de la frontera común, el nuevo gobierno debería renunciar a la idea insensata – y en última instancia contraproducente – de que el eje de su agenda bilateral con México sea la construcción de un muro fronterizo. Además, debería incluir y priorizar la inversión en la infraestructura de la frontera sur y norte en toda propuesta nacional de infraestructura, con el fin de mejorar la competitividad internacional de Estados Unidos y su seguridad nacional. También tendría que modificar los estatutos de BDAN y, junto con Canadá y México, acrecentar su capital básico para permitirle catalizar más inversión del sector privado en los proyectos de infraestructura fronteriza. Por último, debería reafirmar el compromiso de Estados Unidos con la coordinación, junto con México, de la construcción de infraestructura fronteriza mediante el CEB de la Iniciativa para la Administración de la Frontera en el Siglo XXI.

Un México internacional

Durante gran parte de su historia independiente, México fue un país encerrado en sí mismo y ajeno a gran parte del resto del mundo debido a su política económica y comercial de industrialización mediante la sustitución de importaciones; pero en las últimas décadas ha habido cambios acelerados conforme se ha abierto al exterior. Esto significa oportunidades reales para que tanto Estados Unidos como México persigan sus intereses comparticos bilateral, regional y mundialmente, si, por supuesto, Estados Unidos no provoca una reacción nacionalista en México al aplicar las políticas equivocadas en los temas fronterizos, migratorios y comerciales.

Durante 30 años, México ha abierto su economía, su cultura y su política. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) marcó por primera vez la apertura significativa de casi la totalidad de la economía mexicana a la competencia internacional. También fue el principio de una apertura más fundamental que se ha acelerado en los últimos años y en la que México ha formalizado otros trece tratados comerciales, además de que, en enero de 2009, redujo unilateralmente a cero los aranceles sobre una amplia gama de productos y servicios importados. Como resultado, México, junto con Canadá y Estados Unidos participa inextricablemente en algunas de las cadenas de suministro y las plataformas de diseño y producción industrial más integradas del mundo.

La apertura de México al mundo también ha implicado su integración a la Alianza del Pacífico, un tratado comercial -entre otras cosas- firmado en 2012 por Chile, Colombia, México y Perú, que ha sido el esfuerzo comercial más innovador y eficaz que se haya visto en décadas, si es que alguna vez, en el continente americano. México también ha abierto segmentos antes intocables de su economía a la competencia nacional e internacional, principalmente en los sectores petrolero y de telecomunicaciones, mediante las históricas reformas estructurales emprendidas por el presidente Enrique Peña Nieto durante los primeros meses de su gobierno.

La apertura económica de México se ha vuelto también ha ido de la mano de una apertura política con implicaciones profundas para la relación entre Estados Unidos y México. México es una democracia en consolidación. La pacífica y democrática transferencia de poderes entre partidos se ha vuelto la norma en el gobierno local, estatal y federal. Este pluralismo político es un elemento fundamental para la estabilidad y prosperidad a largo plazo del país, incluso si todavía encara problemas para fortalecer su democracia.

En el escenario mundial, México se ha vuelto más participativo y ha logrado cerrar varias brechas. No solo forma parte de Norteamérica y de Latinoamérica, tanto económica como políticamente, sino que ocupa un espacio único entre las economías desarrolladas y en desarrollo del mundo. Es miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y elemento fundamental de foros económicos internacionales como el G-20 y el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacifico, pero con frecuencia aborda los asuntos financieros y económicos internacionales desde la perspectiva de un país en desarrollo. Durante la crisis financiera mundial do 2008 y 2009, por ejemplo, fue el primer país en utilizar el mecanismo de financiamiento de emergencia del Fondo Monetario Internacional para capear una severa desaceleración económica.

México también se ha involucrado mucha más en diversos asuntos mundiales. Por ejemplo, ha desempeñado un papel vital en las negociaciones internacionales sobre el cambio climático. En 2014, abandonó sus políticas anteriores y se declaró dispuesto a participar en las OMP, a lo que siempre se había resistido. Asimismo, ha contribuido activamente en las iniciativas mundiales para evitar la proliferación de armas nucleares e, inclusive, en colaboración con Estados Unidos, reconvirtió sin riesgo el reactor de investigación de México para que se alimentara con uranio de bajo enriquecimiento, con lo cual promovió el desarrollo de su energía nuclear. Por último, México fue un participante clave en la cumbre de la ONU de septiembre de 2016 sobre la crisis mundial de refugiados.

Por lo anterior, el nuevo gobierno estadounidense debe renunciar a su retórica descaminada y a las propuestas políticas sustentadas en la idea de que México y los mexicanos representan una amenaza para Estados Unidos y para sus intereses nacionales y su seguridad interna. Además, debe reafirmar su compromiso de incluir a sus colegas mexicanos en distintos temas mundiales, para lo cual tiene que convocar rápidamente al Diálogo Económico de Alto Nivel, iniciado en 2013, y reactivar el Grupo Consultivo de Alto Nivel, que se reunió cada año entre 2008 y 2013, para que funcionarios de los dos gobiernos examinen todo un conjunto de asunto que definen la relación bilateral. Debe también examinar regularmente junto con miembros de la presidencia y el gabinete de México la amplia gama de problemas mundiales que ambos países deberán encarar en los próximos años, como el manejo de las cuestiones financieras y económicas mundiales, el camino climático y la seguridad internacional, por citar dos ejemplos.

Los lazos más estrechos entre Estados Unidos y México se dan entre las personas. Hay 57 millones de latinos en Estados Unidos, que representan 18% de la población estadounidense. Los latinos de ascendencia mexicana comprenden dos terceras partes de la población hispana en Estados Unidos, es decir, alrededor de 35.5 millones de mexicoestadounidenses. Estos, por lo tanto. Son fundamentales para nutrir las relaciones entre los os países y las dos sociedades, pero ese papel sustentador no deberían desempeñarlo solo ellos, pues la relación incumbe a todos los estadounidenses.

La participación de los funcionarios mexicanos electos

Los funcionarios recién elegidos en todos los niveles de gobierno estadounidense tienen la responsabilidad de entender la naturaleza de la relación entre Estados Unidos y México y el efecto que tiene en sus votantes. Este conocimiento de primera mano es particularmente importante ahora que información insultante y errónea empaña las percepciones comunes de la relación bilateral.

En los últimos años, la importancia de que los dirigentes estatales y locales confraternicen ha cobrado relevancia. En 2016, tres gobernadores viajaron a México por asuntos oficiales, entre ellos los republicanos Scott Walker de Wisconsin y Chris Christie de Nueva Jersey. También acudieron los alcaldes de varias grandes ciudades estadounidenses, como Chicago, Los Ángeles y Nueva York. En octubre de 2015, por primera vez en la historia, la Asociación Nacional de Gobernadores de Estados Unidos fue anfitriona de sus colegas de Canadá y México en la Cumbre de Gobernadores y Jefes de Gobierno de América del Norte.

El compromiso de los congresistas estadounidenses actuales no ha tenido el mismo ritmo que las actividades de los funcionarios estatales y locales. En 2016, solo unos cuantos senadores y representantes de Estados Unidos hicieron visitas oficiales a México, y lo mismo sucedió en 2015. La intensidad de las actividades del Grupo Interparlamentario México-Estados Unidos, que reúne a congresistas estadounidenses y mexicanos y es el vehículo formal de interacción entre ambos congresos, ha sido irregular desde su creación en 1961. El Grupo de Amistad México-Estados Unidos, creado en 2003, no ha logrado ganar terreno y está muy lejos de tener el tamaño y la actividad de los caucus dedicados a otras relaciones bilaterales importantes para Estados Unidos.

Para garantizar que los actores fundamentales aprendan de primera mano lo suficiente respecto a las realidades de la relación bilateral entre Estados Unidos y México, es necesario que los congresistas estadounidenses consideren prioritario visitar este país antes que a cualquier otro, y quienes ya lo hayan hecho, deberían hacerse el propósito de visitar el “México profundo” – las zonas más allá de la frontera o de la Ciudad de México –para comprender mejor al país y sus realidades. Lo mismo aplica a los gobernadores, sobre todo de los estados para los que México es uno de sus principales socios comerciales, que también deben buscar oportunidades para interactuar con el México profundo. La Asociación Nacional de Gobernadores debería organizar una cumbre semestral junto con los gobernadores y jefes de gobierno mexicanos y canadienses. Los líderes bipartidistas en el Capitolio deben crear un equipo de trabajo Estados Unidos-México que sirva de foro para comprender mejor las dinámicas fundamentales que dan forma a la relación bilateral y para interactuar con expertos de ambos países con miras a formular políticas públicas que mejoren la reacción.

Un entendimiento más profundo

A pesar de su vecindad, es poco el movimiento de estudiantes entre Estados Unidos y México en comparación con otros destinos académicos en el extranjero. En el año lectivo 2014-2015, por ejemplo, solo 4712 estudiantes, un 1.5% del total de universitarios estadounidenses que estudian en el extranjero, cursaban estudios en México, y solo 16 7333 estudiantes mexicanos (1.6% del total de estudiantes universitarios) se encontraban en Estados Unidos. En contraste, más de 120 000 estudiantes estadounidenses, casi 40% del total de los que estudian en el extranjero, lo hacían en Europa, mientras que más de 320 000 chinos llegaron a Estados Unidos para estudiar en ese mismo año académico. Los gobiernos federales de Estados Unidos y México han hecho esfuerzos para incrementar sustancialmente el número de estudiantes de intercambio con la Iniciativa “La Fuerza de 100 000 en las Américas” y el programa Proyecta 100 000, y para intensificar las labores del Foro Bilateral sobre Educación Superior, Innovación e Investigación (FOBESII). Sin embargo, para lograr un cambio palpable, los esfuerzos gubernamentales requerirán un compromiso firme de los actores no gubernamentales, en particular las instituciones académicas y el sector privado, que se benefician directamente del desarrollo binacional del capital humano.

Para profundizar el entendimiento, sobre todo entre los jóvenes estadounidenses y mexicanos, y para preservar y fortalecer la relación bilateral entre Estados Unidos y México, los actores de la sociedad civil deben hacerse el propósito de impulsar programas de intercambio de líderes para reunir a quienes encabezan los distintos sectores y que participen en los asuntos vitales para el futuro compartido. Las instituciones académicas estadounidenses, tanto preparatorias como técnicas, necesitan invertir en la creación de asociaciones con sus pares en México con el fin de promover la movilidad de estudiantes entre los dos países. Por último, los actores del sector privado en ambos lados de la frontera necesitan invertir en intercambios educativos y de otro tipo entre los dos países.

Conclusión

La preservación y el fortalecimiento de la relación bilateral entre Estados Unidos y México mediante una cooperación sostenible contribuirán al avance de los intereses nacionales medulares de Estados Unidos en todo el mundo; el nativismo y el nacionalismo, no. Sin embargo, el dinamismo y la complejidad de la relación entre ambos países requerirán que sus actores estatales y no estatales sienten bases constructivas para ahondar la relación y beneficiar a cientos de millones de personas en Estados Unidos, México y otros países. Es fundamental que los formuladores de políticas públicas en el gobierno de Trump vean más allá de la retórica hostil y, más bien, acojan y acrecienten la relación entre Estados Unidos y México, que tal vez nunca había sido tan buena.

Restrepo, Dan; Werz, Michael; Martínez, Joel, (2017) “Preservar la relación entre Estados Unidos y México”, Foreign Affairs Latinoamérica, Vol. 17: Núm. 2, pp. 13-23. Disponible en www.fal.itam.mx